Mejor no podria ser
Le allanan el camino a López Obrador
Bumerán desde El Encino
Denise Dresser
Bienaventurados los desaforados porque de ellos será la presidencia de México. Bienaventurados los punteros consignados por la Procuraduría porque de ellos será el picaporte de Los Pinos. Bienaventurados los adversarios de Santiago Creel porque de ellos será el apoyo popular. Bienaventurados los candidatos perseguidos por el señor Vega Memije porque de ellos será el ascenso en las encuestas. Bienaventurados los enemigos declarados del Consejo Mexicano de Hombre de Negocios porque se sentarán en la silla presidencial. Bienaventurados aquellos que el PAN les paga la fianza porque ingresarán a la Historia. Este es el Sermón de El Encino. Este es el resultado imprevisto de una estrategia contraproducente. Este es el bumerán que Vicente Fox lanzó y que regresará a incrustársele en la frente.
Porque a menos de que termine bajo tierra, Andrés Manuel López Obrador va a ser presidente del país algún día. Y no lo será gracias a sus méritos sino gracias a sus enemigos. No lo será debido a las propuestas que ha defendido sino a las patadas que le han propinado. Porque México ama feroz y desesperadamente a sus mártires. A sus víctimas. A todos aquellos que han enfrentado la persecución injusta. A todos aquellos que han vivido la amenaza arbitraria. A todos aquellos que han padecido el peso del Poder. Allí está Madero, allí está Villa, allí está Zapata. Consagrados en los cuadros con su efigie y en las calles con su nombre, en los discursos políticos y en la memoria de los mexicanos. Consagrados por asumir las causas del “pueblo” y pelear en su nombre. Venerados por pelear contra la injusticia y evidenciarla. Héroes, todos. Mártires, todos. López Obrador es uno más, a punto de entrar a la rotonda de los próceres de la Patria. A punto de ser alzado en hombros. A punto de convertirse en el gran ganador porque tiene la trama ganadora. Porque como dice el cineasta Errol Morris, la gente piensa en narrativas; en principio y fin. La gente piensa en función de historias sencillas y tramas intelegibles. Los buenos y los malos, los héroes y los villanos, los pobres y los ricos, los que hablan en nombre del pueblo y los que buscan callarlo. En México, gran parte de la población no sabe siquiera lo que significa la palabra “desafuero”. Pero cree que es una injusticia, un agravio, un intento más por parte de las élites para exprimir a las masas. “Lo que le hicieron al Peje”, se escucha por allí. “No nos vamos a dejar”, dicen quienes lo apoyan. La victimización histórica del país resumida en esas frases. La vocación de martirio reflejada allí. Y la presidencia a un paso.
Porque, en México, el poder se conquista con narrativas de injusticia y redención. La reputación se consolida a golpes de tesis y antítesis, de manera maniquea. Los buenos y los malos. Los caudillos que han luchado por México y los traidores que lo han saboteado. Hidalgo vs la colonia española; Juárez vs Maximiliano; Madero vs Porfirio Díaz; Cárdenas vs los intereses petroleros. El rayo de esperanza vs el complot de la cúpula. Andrés Manuel López Obrador entiende este cuento a la perfección. Sabe cómo usarlo. Domina el discurso de los padres de la Patria con quienes quisiera ser comparado. El discurso de “Yo acuso”. El discurso que no fue pronunciado para convencer a los congresistas, sino para convencer a los historiadores. Ese discurso reiterado, repetido, incesantemente recuperado de quienes habitan el panteón de los hombres ilustres. De quienes han sido encarcelados y asesinados. De quienes se habla el 16 de septiembre. El discurso que confronta a los amos y señores de México con sus peones; que contrasta a los entreguistas con los nacionalistas; que denuncia a quienes privatizan las ganacias y socializan las pérdidas; que acusa a las minorías selectas cuando se aprovechan de las mayorías empobrecidas; que apela al juicio de la Historia. Ese discurso milenarista que pronuncian los hombres sentados sobre cerros que después se convierten en mitos. Los hombres que se erigen en defensores de la sal de tierra. Los que ingresarán al reino de los cielos o por lo menos a los libros de texto gratuito.
Frente a esa narrativa fundacional, Vicente Fox ofrece un “replay” de bajo “rating”. Ofrece una telenovela pasada de moda. Quiere contar la historia como la contó Carlos Salinas pero el país ya no se lo permite. Quiere emular a quien marginó exitosamente a sus adversarios, sin entender que la rebelión zapatista fue el precio que pagó. Recurre a estrategias salinistas en tiempos foxistas; resucita tácticas que funcionaron en 1988 pero fracasarán en 2005; recupera una forma de lidiar con la izquierda ayer que difícilmente funcionará hoy. Porque antes era factible gobernar diciendo “a esos ni los veo ni los oigo”, pero ahora es imposible hacerlo. Antes era fácil ocultar un fraude consumado, pero ahora es difícil ocultar un fraude anticipado. Antes el Presidente controlaba todo el poder y ahora no controla a su propia esposa. Antes los medios podían ignorar a perredistas peligrosos y ahora no pueden ignorar a candidatos peligrosos. Antes México era otro.
Y el adversario era otro. Andrés Manuel López Obrador no es Cuahtémoc Cárdenas. No va simplemente a dejar de sonreír. No va a “aceptar dócilmente condenas injustas”. Hará lo que siempre ha hecho: confrontar para escalar costos, escalar costos para producir conflictos, producir conflictos para obtener salidas negociadas. Eso hizo ante el fraude en Tabasco y eso hará ante el desafuero, pero en un entorno distinto. El Instituto Federal Electoral lleva diez años educando a la población, socializando a la población, informando a la población. Diez años hablando de democracia y derecho al voto. Diez años que no han pasado en balde. Una década de movilizaciones pacíficas que transforman a regímenes a lo largo del mundo. Una década de periodistas más críticos y obispos más independientes y políticos más vigilados y mexicanos más conscientes. Conscientes —ahora— de lo que es cada vez más obvio, más burdo: el desafuero como una forma de parar a Andrés Manuel López Obrador. Porque Jorge Castañeda lo sugirió: a AMLO había que pararlo a la buena o a la mala. Pues allí están los resultados de hacerlo a la mala. Un Presidente que ya no puede salir de Los Pinos sin escuchar reclamos de estudiantes. Un gobierno criticado —a nivel internacional— por traicionar un proceso democrático que le permitió llegar al poder. Una primera dama —la Salomé de Celaya— que será recordada por pedir la cabeza de un mártir. Un secretario de Gobernación conocido como el Chico Totalmente Torpe. Una diputada panista que piensa hacer carrera política exclusivamente a base de tonterías mediáticas. Un vocero presidencial que ya no quiere hablar. Una Procuraduría que padece revés tras revés. Una Suprema Corte a la que le caen, de manera cotidiana, papas calientes en el regazo. Un PAN que se enorgullece de “exponer” a un mártir cuando ha contribuido a crearlo. Un Roberto Madrazo de plácemes, mirando pasar los cadáveres de sus enemigos. Y un AMLO convertido en víctima. Un AMLO que ya ganó, porque de ahora en adelante estará envuelto en teflón. Cualquier ataque será visto como una arbitrariedad más, como una trapacería más. Sus enemigos lo han hecho indestructible. Andrés Manuel López Obrador dice que está tranquilo porque “está en la historia”. Y tiene razón, pero ojalá no la tuviera. Ojalá sus adversarios detuvieran el bumerán antes de sufrir sus efectos imprevistos. Antes de que debilite a la democracia. Antes de que arruine lo que pretenden salvar. Antes de que produzca la inestabilidad que se quiere prevenir. Antes de que la inhabilitación electoral conduzca a la habilitación histórica. Porque, parado sobre un pedestal, AMLO podrá esquivar los golpes pero también podría eludir el escrutinio. Porque si llega a Los Pinos montado sobre la indignación del electorado, no se verá obligado a convencerlo. Porque si arriba al poder como un gran caudillo, no tendrá que ser un gran candidato. Porque un hombre martirizado no tendrá que ser un político propositivo. Porque la injusticia del desafuero pesará más que cómo ha gobernado la ciudad. Porque, como alguna vez escribió George Bernard Shaw: “El martirio es lo que a esta gente le gusta: es la única manera en la cual un hombre sin habilidad reconocida puede volverse famoso”.— México, D.F. mazzucato@ideasypalabras.com.mx
Bumerán desde El Encino
Denise Dresser
Bienaventurados los desaforados porque de ellos será la presidencia de México. Bienaventurados los punteros consignados por la Procuraduría porque de ellos será el picaporte de Los Pinos. Bienaventurados los adversarios de Santiago Creel porque de ellos será el apoyo popular. Bienaventurados los candidatos perseguidos por el señor Vega Memije porque de ellos será el ascenso en las encuestas. Bienaventurados los enemigos declarados del Consejo Mexicano de Hombre de Negocios porque se sentarán en la silla presidencial. Bienaventurados aquellos que el PAN les paga la fianza porque ingresarán a la Historia. Este es el Sermón de El Encino. Este es el resultado imprevisto de una estrategia contraproducente. Este es el bumerán que Vicente Fox lanzó y que regresará a incrustársele en la frente.
Porque a menos de que termine bajo tierra, Andrés Manuel López Obrador va a ser presidente del país algún día. Y no lo será gracias a sus méritos sino gracias a sus enemigos. No lo será debido a las propuestas que ha defendido sino a las patadas que le han propinado. Porque México ama feroz y desesperadamente a sus mártires. A sus víctimas. A todos aquellos que han enfrentado la persecución injusta. A todos aquellos que han vivido la amenaza arbitraria. A todos aquellos que han padecido el peso del Poder. Allí está Madero, allí está Villa, allí está Zapata. Consagrados en los cuadros con su efigie y en las calles con su nombre, en los discursos políticos y en la memoria de los mexicanos. Consagrados por asumir las causas del “pueblo” y pelear en su nombre. Venerados por pelear contra la injusticia y evidenciarla. Héroes, todos. Mártires, todos. López Obrador es uno más, a punto de entrar a la rotonda de los próceres de la Patria. A punto de ser alzado en hombros. A punto de convertirse en el gran ganador porque tiene la trama ganadora. Porque como dice el cineasta Errol Morris, la gente piensa en narrativas; en principio y fin. La gente piensa en función de historias sencillas y tramas intelegibles. Los buenos y los malos, los héroes y los villanos, los pobres y los ricos, los que hablan en nombre del pueblo y los que buscan callarlo. En México, gran parte de la población no sabe siquiera lo que significa la palabra “desafuero”. Pero cree que es una injusticia, un agravio, un intento más por parte de las élites para exprimir a las masas. “Lo que le hicieron al Peje”, se escucha por allí. “No nos vamos a dejar”, dicen quienes lo apoyan. La victimización histórica del país resumida en esas frases. La vocación de martirio reflejada allí. Y la presidencia a un paso.
Porque, en México, el poder se conquista con narrativas de injusticia y redención. La reputación se consolida a golpes de tesis y antítesis, de manera maniquea. Los buenos y los malos. Los caudillos que han luchado por México y los traidores que lo han saboteado. Hidalgo vs la colonia española; Juárez vs Maximiliano; Madero vs Porfirio Díaz; Cárdenas vs los intereses petroleros. El rayo de esperanza vs el complot de la cúpula. Andrés Manuel López Obrador entiende este cuento a la perfección. Sabe cómo usarlo. Domina el discurso de los padres de la Patria con quienes quisiera ser comparado. El discurso de “Yo acuso”. El discurso que no fue pronunciado para convencer a los congresistas, sino para convencer a los historiadores. Ese discurso reiterado, repetido, incesantemente recuperado de quienes habitan el panteón de los hombres ilustres. De quienes han sido encarcelados y asesinados. De quienes se habla el 16 de septiembre. El discurso que confronta a los amos y señores de México con sus peones; que contrasta a los entreguistas con los nacionalistas; que denuncia a quienes privatizan las ganacias y socializan las pérdidas; que acusa a las minorías selectas cuando se aprovechan de las mayorías empobrecidas; que apela al juicio de la Historia. Ese discurso milenarista que pronuncian los hombres sentados sobre cerros que después se convierten en mitos. Los hombres que se erigen en defensores de la sal de tierra. Los que ingresarán al reino de los cielos o por lo menos a los libros de texto gratuito.
Frente a esa narrativa fundacional, Vicente Fox ofrece un “replay” de bajo “rating”. Ofrece una telenovela pasada de moda. Quiere contar la historia como la contó Carlos Salinas pero el país ya no se lo permite. Quiere emular a quien marginó exitosamente a sus adversarios, sin entender que la rebelión zapatista fue el precio que pagó. Recurre a estrategias salinistas en tiempos foxistas; resucita tácticas que funcionaron en 1988 pero fracasarán en 2005; recupera una forma de lidiar con la izquierda ayer que difícilmente funcionará hoy. Porque antes era factible gobernar diciendo “a esos ni los veo ni los oigo”, pero ahora es imposible hacerlo. Antes era fácil ocultar un fraude consumado, pero ahora es difícil ocultar un fraude anticipado. Antes el Presidente controlaba todo el poder y ahora no controla a su propia esposa. Antes los medios podían ignorar a perredistas peligrosos y ahora no pueden ignorar a candidatos peligrosos. Antes México era otro.
Y el adversario era otro. Andrés Manuel López Obrador no es Cuahtémoc Cárdenas. No va simplemente a dejar de sonreír. No va a “aceptar dócilmente condenas injustas”. Hará lo que siempre ha hecho: confrontar para escalar costos, escalar costos para producir conflictos, producir conflictos para obtener salidas negociadas. Eso hizo ante el fraude en Tabasco y eso hará ante el desafuero, pero en un entorno distinto. El Instituto Federal Electoral lleva diez años educando a la población, socializando a la población, informando a la población. Diez años hablando de democracia y derecho al voto. Diez años que no han pasado en balde. Una década de movilizaciones pacíficas que transforman a regímenes a lo largo del mundo. Una década de periodistas más críticos y obispos más independientes y políticos más vigilados y mexicanos más conscientes. Conscientes —ahora— de lo que es cada vez más obvio, más burdo: el desafuero como una forma de parar a Andrés Manuel López Obrador. Porque Jorge Castañeda lo sugirió: a AMLO había que pararlo a la buena o a la mala. Pues allí están los resultados de hacerlo a la mala. Un Presidente que ya no puede salir de Los Pinos sin escuchar reclamos de estudiantes. Un gobierno criticado —a nivel internacional— por traicionar un proceso democrático que le permitió llegar al poder. Una primera dama —la Salomé de Celaya— que será recordada por pedir la cabeza de un mártir. Un secretario de Gobernación conocido como el Chico Totalmente Torpe. Una diputada panista que piensa hacer carrera política exclusivamente a base de tonterías mediáticas. Un vocero presidencial que ya no quiere hablar. Una Procuraduría que padece revés tras revés. Una Suprema Corte a la que le caen, de manera cotidiana, papas calientes en el regazo. Un PAN que se enorgullece de “exponer” a un mártir cuando ha contribuido a crearlo. Un Roberto Madrazo de plácemes, mirando pasar los cadáveres de sus enemigos. Y un AMLO convertido en víctima. Un AMLO que ya ganó, porque de ahora en adelante estará envuelto en teflón. Cualquier ataque será visto como una arbitrariedad más, como una trapacería más. Sus enemigos lo han hecho indestructible. Andrés Manuel López Obrador dice que está tranquilo porque “está en la historia”. Y tiene razón, pero ojalá no la tuviera. Ojalá sus adversarios detuvieran el bumerán antes de sufrir sus efectos imprevistos. Antes de que debilite a la democracia. Antes de que arruine lo que pretenden salvar. Antes de que produzca la inestabilidad que se quiere prevenir. Antes de que la inhabilitación electoral conduzca a la habilitación histórica. Porque, parado sobre un pedestal, AMLO podrá esquivar los golpes pero también podría eludir el escrutinio. Porque si llega a Los Pinos montado sobre la indignación del electorado, no se verá obligado a convencerlo. Porque si arriba al poder como un gran caudillo, no tendrá que ser un gran candidato. Porque un hombre martirizado no tendrá que ser un político propositivo. Porque la injusticia del desafuero pesará más que cómo ha gobernado la ciudad. Porque, como alguna vez escribió George Bernard Shaw: “El martirio es lo que a esta gente le gusta: es la única manera en la cual un hombre sin habilidad reconocida puede volverse famoso”.— México, D.F. mazzucato@ideasypalabras.com.mx
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